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Magela Ferrero. Fotografía Uruguay

Autor: Equipo indexfoto

Enfrentados desde el primer día a nosotros, estaremos siempre a la sombra de un día anterior y una esperanza posible. Pero nada, ningún estado de gracia o desgracia, abulia o indiferencia, compensa o cambia esta soledad natural que nos define. Ni la alegría ni el dolor en el punto donde son descubiertos pueden escapar de percibirse ante todo, en soledad.  Una soledad que no es necesariamente oscura o negadora del otro, sino simplemente soledad. Solos con los recuerdos que nadie sabe que recordamos. Solos con la memoria de la que todos ignoran cuándo se hace presente. Solos justamente con la ausencia. La exacta y precisa. Coincidentemente solos con aquello que hubo y no está, mas que en nuestra solitaria, incontrolable evocación. Solos junto al otro que esta solo y está junto a mi, a una distancia nimia que nos enamora. ¿No es eso la esperanza? ¿Recuperar lo que se supo, o se intuyó el día de la pérdida? ¿El día en que se entendió y se supo lo que falta? ¿No nos construye la experiencia? Y para que la experiencia sea tal, ¿no es necesaria esa luz inasible que alumbra los tesoros, pero pasa y solo deja la certeza de la existencia de tesoros y la posibilidad de creer que existen?
Moriríamos si dejáramos de respirar unos pocos minutos. Moriríamos si dejáramos de dormir diez días. Moriríamos si dejáramos de comer y beber una semana. Y moriríamos por dentro, también, si dejáramos de amar o de ser sacados de nosotros por algo externo que estimule nuestra pulsión de vivir. Comer nos enfrenta cada día al hecho de ser. No podemos evitarlo. Ttriste o feliz el cuerpo nos recuerda que está vivo y que desea seguir vivo cuando anuncia su batalla con el grito del hambre. Cultos, ignorados, tardíos, consecuentes, locos, entregados, magnánimos, amargos, amorosos, aguerridos, bellos, despiadados: ¿qué no daremos por comer cuando  tengamos hambre?, y ¿qué no daremos por soñar, cuando tengamos sueños? y finalmente, ¿qué no daremos por un beso, cuando ni la locura ni el bien sepan abrazar nuestro corazón desnudo y solo, enfrentado solo, a la fulgurante ausencia de lo que hubo y se fue?

Magela Ferrero
 
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Nací en la sala de una sociedad médica, ubicada sobre la calle Chaná de Montevideo, en el invierno de 1966. Comencé a pensar en la Plaza Libertad de Montevideo el 21 de marzo de 1973 cuando mi padre, mi principal proveedor de helados y entretenimiento, se fue. Había recibido como herencia una cámara de fotos rusa, tipo Leica y una decena de álbumes de fotos tomadas todas con la misma. Esa fue mi primera escuela: la contemplación. Fui María de los Ángeles hasta 1978. Entonces me resignaron. Me volví corredora, playista y epistolar. Luego de algunos años de experimentar diferentes maneras de expresión, decidí en marzo de 1987, dar una forma definida a mi placer y comencé el estudio de la fotografía en un centro cultural público. A partir de entonces recorrí los talleres de algunos fotógrafos maduros, magistrales y diversos. En 1991 fui seleccionada para trabajar en la fundación de un medio de prensa que más tarde se volvería renovador en el medio, por causa de su lucimiento gráfico. Desde entonces trabajé en diferentes revistas, y en todos los periódicos de la ciudad como colaboradora. Durante el mismo período hice la ilustración de portadas y librillos de discos, libros y enciclopedias . En este mismo momento lo que más deseo es vivir en los abrazos.