Notas Críticas

"El fotógrafo propone un mundo devorador". Sobre la muestra "Rehabilitación" de Mario Marotta

Autor: Jorge Abbondanza

Este viernes 5 de octubre tendrá lugar en la Fotogalería del Bazar del CdF (Av. 18 de Julio 885), una tertulia con el fotógrafo Mario Marotta, autor de la muestra “Rehabilitación”, expuesta en esa sala hasta el 1 de noviembre. Compartimos en indexfoto una nota del crítico Jorge Abbondanza, publicada en el diario “El País” el 27 de julio de 2012, con motivo de la inauguración de la muestra.

A medida que la fotografía dejaba de ser un mecanismo reproductor de imágenes cotidianas, fue superando su utilidad histórica como documento visual de paisajes, objetos o personas. Así llegó a desbordar su condición esencial (que en un comienzo resultaba casi mágica) de fijar en el tiempo una realidad viva, paralizando en sus placas lo que era móvil y cambiante, con lo cual el instante -un gesto, un golpe de luz, un salto- se perpetuaba. Al atreverse a ir más allá y a jugar libremente con la imagen obtenida, la fotografía no solo fue adquiriendo la autonomía de un lenguaje independizado de su matriz, sino que fue apropiándose de recursos expresivos propios de la pintura en su capacidad de maniobrar con el color, las manchas, las formas, las texturas y la elocuencia de la línea. Sin perder su raíz fundamental, que es la imagen atrapada por medios mecánicos, la fotografía abrió entonces un portentoso campo para la experimentación del artista y el interés del contemplador. Descubrió la misma amplitud de posibilidades, el mismo margen de exploración de un universo personal que pueden caracterizar a cualquier otra rama del arte visual.   

El reencuentro con las obras de Mario Marotta, un fotógrafo que había dejado de exponer hace catorce años, obliga a internarse en esos procesos transformadores de una disciplina técnica que puede convertirse en una visión penetrante de la vida y adquirir una intensidad cuyo valor está ubicado más lejos que la seducción externa o el impacto inicial de cada composición, que en todo caso funcionan como puntos de partida o como soportes gráficos. De esta manera la fotografía asume una tercera dimensión, la que va hacia adentro de los significados de una estampa, la que otorga espesor conceptual al tema e impone a quien la observa una actitud reflexiva como respuesta a las riquezas del contenido. En ese punto un fotógrafo deja atrás el virtuosismo formal para transformarse en un artista.
 
 
El rumbo con que Marotta emprende ese camino es el de una corriente que proviene del fondo de las cosas, para desembocar en la imagen plana que la refleja, igual a lo que ocurre con una idea sumergida que finalmente sale a flote. Y el carácter con que lo expresa es de un vibrante dramatismo, donde las emociones afloran imperiosamente, empujadas por una turbulencia interior que puede volverse explosiva y que en ningún caso pierde la intensidad de las fuerzas profundas que la agitan.
Un fuero íntimo atormentado, que elige a la fotografía como membrana sensible para registrar su conmoción, es el vehículo con el cual Marotta transporta sus estados de espíritu a sus obras, hasta convertirlas en gestos testimoniales de los altibajos de la vida. En sus trabajos es tan palpable la ráfaga del sentimiento (y del padecimiento) como generadora de un lenguaje que resulta difícil permanecer indiferente ante esa huella y ante la potencia con que se manifiesta.
 
A esa transparencia se agrega otro valor, que es el de la energía plástica con que se vuelcan las ideas. Este impulso es visible en el impaciente rayado que cruza ciertos rostros y atraviesa algunos fondos, pero también en el cromatismo encendido (y a veces ígneo) que recubre las imágenes, o en el arrebato de las manchas de color que pueden barrer la superficie con el brío de un desahogo temperamental, cuyo automatismo revela más de lo que muestra. Esos ademanes hechos de signos que a veces son letreros y otras veces son formas orgánicas en el espacio, suelen invadir su tratamiento de la figura humana para deformarla, desdibujarla o aprisionarla, como personajes de una iconografía en la que caben los rastros de violencia, de temor, de ferocidad o de forzado silencio, como desdoblamientos del mundo real a través de la visión alterada del artista, donde las distorsiones saben ser insinuantes.
 
 
Esa sugerencia se extiende a los trabajos donde emplea tomas fotográficas rasgadas, superpuestas o tajeadas, cuyo recorte ocasionalmente agresivo refleja todo lo que también se descompone o se interrumpe -aunque luego se ensamble o se rehabilite- en la experiencia personal y en el flujo de la memoria.

Crecimiento: Lo que expone Marotta son obras del período 1998-2012, que han sido los años de su tregua en la actividad artística. Y lo que ahora culmina con el poderío de su caligrafía comenzó a desenvolverse cuando aparecieron en sus trabajos los primeros intentos de intervenir la imagen fotográfica, que fue donde se abrió este camino. Antes, Marotta había recorrido una etapa juvenil como reportero gráfico, inaugurando un vínculo profesional con el diario El País que se ha prolongado hasta hoy. Y ahora la positivo es que vuelva a presentar ante el público el resultado de todo ese tiempo de crecimiento y de labor, que es la mejor manera de recuperar la relación con los demás, volviendo a emitir con una muestra la señal de su sensibilidad.