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Las inquietudes perennes

Autor: Guillermo Baltar Prendez

Compartimos este artículo de Guillermo Baltar Prendez, publicado en la revista Dossier Nº 35 / Noviembre-Diciembre 2012, a propósito de la exposición TIEMPO, de Luis Alonso.

Las inquietudes perennes.  por Guillermo Baltar Prendez

Desde su maestría, Luis Alonso continúa afanoso tras aquellas huellas del transcurrir. No es el único, y por eso, la apuesta se redobla en la magnitud de la propuesta. Algunos lo hacen desde la soledad. Desde los deshabitados rincones de algún inmueble, o a través de los despojos que certificaron el paso del hombre o el animal. En todo caso, la poética deriva hacia la memoria, y al arbitrio emocional que esos rescates promueven. En su deriva hacia la extinción, son en este caso objetos de matriz cotidiano los que asumen el papel de protagónico. Pero no cualquiera de estos, sino aquellos que de una u otra manera condicionan sus rasgos de pertenencia a ciertos aspectos afectivos del autor -y dada su posible universalidad-, extendida al resto de los individuos de un mismo contexto cultural. En “TIEMPO”, la mayúscula no es un dato menor. Certifica la contundencia de esa feroz interrogación a través de la imagen, y de su impostación compositiva dentro del encuadre fotográfico.

Desde un panel un texto de Alonso nos dice: “En momentos donde todo se usa y se tira, donde sólo lo nuevo vale, esta muestra es un mensaje a lo que permanece a pesar del tiempo”. Dos líneas que en su contundente simplicidad, nos llevan al espacio metafórico de aquellos aspectos más crueles de la sociedad. La fugacidad vista no desde la apreciación estética de la caída de una estrella, o de la ensoñación emotiva de un aroma u olor. Como aquellas evocaciones de Proust a través de las magdalenas (en su búsqueda del tiempo ido), que le hacían recordar ciertos trayectos vitales. En su insinuación, Alonso señala la ascensión y caída a las que de forma inexorable estamos hechos, sólo que a diferencia de nuestros cuerpos, los objetos nos sobrevivirán. Serán entonces ellos -a través de su continuidad y su cariz antropológicos-, quienes puedan dar parte de nuestro pasar. Las arrugas que apisonan nuestra piel serán finalmente lodo o cenizas. Los objetos -en todo caso- estructuras oxidadas, hojas de libros humedecidas, detenidas manecillas de relojes, paredes raspadas, o viejos carteles de bebidas que nos remiten a una niñez tal vez ya inescrutable.

Alonso posee una reconocida trayectoria en el ámbito de la prensa gráfica. Ha sido fotógrafo y editor en varios periódicos capitalinos, y desarrollado una prolongada actividad docente. Tanto en el Foto Club Uruguayo como en la Escuela de Cine del Uruguay, y actualmente en la Universidad de Montevideo. En su anterior exposición “El estado del tiempo” (realizada en el 2002), la preocupación sobre el deterioro de ciertos edificios abandonados, alimentaban la indagación sobre esos aspectos de la fugacidad temporal.

En su nueva propuesta, el autor acentúa el dramatismo -y la poética- desde la contraposición de ciertos aspectos de la concepción compositiva: desde lo macro para resaltar aquellos detalles del deterioro de los objetos, a la elección del gran formato para exhibirlos. A manera de mudos testigos, algunos de los objetos retratados son también expuestos en la sala. Ese hecho vincula al espectador la imagen fotográfica con la escala real del elemento referencial, acentuando los rasgos y las fisonomías de estos, así como el estado del carcoma matérico. Así como los primerísimos primeros planos instaurados por Grifith y Eisentein en la cinematografía. No debe ser casual que la primera imagen sea la de una vieja muñeca en la que la lente se ha detenido sobre su boca abierta, la nariz y los ojos. Sobresale la pintura curtida que deja al descubierto el material estructural, así como los diferentes colores que cubren los labios, insinúan las narinas y bañan los ojos. En ese marco, la boca abierta se ahonda hacia un negro profundo. Como si el autor propiciara la entrada hacia un abismo, hacia la aceleración de nuestra finitud. La oscuridad en contraposición a la luminosidad que propicia la huella fotográfica.

El lomo de una antigua Biblia deja al descubierto las cicatrices del encuadernado, un coche de bomberos sobrevive a su oxidación, así como una antigua lata de “Mantecadas Salinas”. La contemporaneidad esta presente en una muñeca Barbie castigada por el olvido, y dos relojes (un viejo despertador de mesa y uno de muñeca), acompasan sus instancias detenidas. La última de las trece imágenes se posiciona frente a la primera, a la muñeca signada por sus rasgos disonómicos. Es un viejo billete de cinco mil pesos, donde una lupa se interpone entre el lente del fotógrafo y el papel moneda. Experimentando de esta manera, fue como los cineastas llegaron a elaborar finalmente esos primerísimos planos (o planos detalle) a los que hacíamos referencia. Pero aquí, la lupa no sólo nos rescata la imagen casi imperceptible de los contornos de Artigas, sino que entabla de manera sutil e inteligente, la urgencia de ciertos rescates. Aquello de ver más allá de lo que vemos, aquello que está pero que sin esfuerzo –o al menos la intención de hacerlo-, no vemos o no queremos hacerlo. En “Tiempo”, imagen y concepto van de la mano. Difícilmente -al menos este año-, pueda haber otra muestra de fotografía nacional, de tan grande envergadura.

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TIEMPO
Fotografías de Luis Alonso
Sala de Arte “Carlos Federico Sáez”
(Ministerio de Transporte y Obras Públicas)
Rincón 575 PB Montevideo, Uruguay
 
La exposición TIEMPO se realizó del 14 de setiembre al 12 de octubre