Acaba de ser estrenado en el Film Forum de Nueva York, el documental The Woodmans, dirigida por C. Scott Willis y producida por Lorber Films. La película documenta la obra de la fotógrafa norteamericana Francesca Woodman, a través de sus propios testimonios y entrevistas a los miembros de la familia (los padres y su hermano mayor), amigos y estudiosos de su obra.
La breve e intensa carrera de Francesca Woodman sigue adquiriendo reconocimientos internacionales desde que sus padres –también artistas- comenzaron a difundirla, superando el duelo de su muerte tan temprana. Francesca había nacido en 1958 y se suicidó, lanzándose desde su ventana, antes de cumplir los 23 años. Su vida contó con todos los elementos que podían hacerla atractiva a simple vista: apoyo familiar, una educación selecta en varias escuelas de arte de los Estados Unidos e Italia, éxitos incipientes en sus primeras muestras y publicaciones... Codificados en sus imágenes, estaban sin embargo, todos los indicios de su determinación final.
Su historia personal sería asunto separado o meramente complementario, de no ser por el carácter autorreferencial de toda su obra, consistente casi exclusivamente en retratos tomados de sí misma en cuidadas sesiones, fuertemente teatrales. En ocasiones retrata a modelos que indirectamente la representan, ya sea duplicando y triplicando sus poses, o cubriendo sus rostros con el rostro impreso de Francesca.
Pero más allá de la carga dramática agregada por las circunstancias de su muerte, la obra de Francesca Woodman despliega méritos suficientes para poner a su autora en la galería de los grandes artistas de la fotografía de finales del siglo XX. Mucho se especula sobre la influencia que ejercieron sobre ella creadores como Duane Michals y Ana Mendieta –esta última con un final idéntico, algo posterior y más confuso- pero el denso clima onírico, los inusuales ángulos de toma, el maduro dominio del tiempo a través de las figuras movidas o desvanecidas, el manejo del espacio y su expansión mediante estratégicos espejos, pero sobre todo su capacidad para mostrar su propia desnudez trascendiendo moralinas y eludiendo el exhibicionismo, todo ello da un carácter personal y único a las imágenes de esta artista.
Sus dramas -la búsqueda obsesiva de la propia identidad, los acechos de una sociedad fragmentadora y limitante, la incomunicación a pesar de todos los lenguajes, la muerte como telón de fondo de todo lo que vive- hablan de una mujer y un tiempo, pero la proyectan en todas direcciones, dando visibilidad a los fantasmas de cualquiera.