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Sensibilidad y Sensibilidad / Kitsch y polaroids

Autor: Riccardo Boglione

 

Con su mezcla de entusiasmo pueril e ideas ilusoriamente democráticas – que le hacía afirmar que gracias al capitalismo avanzado “ricos y pobres consumen básicamente los mismos productos” y que Liz Taylor, el Presidente, un bichicome y vos, todos toman la misma Coca Cola – Andy Warhol obviamente adoptó con exaltación el uso sistemático de la Polaroid, cuyo proceso de revelación instantánea había sido inventado en 1948 por Edwin H. Land bajo la idea de que todo el mundo pudiera usar sin problemas y arrastres engorrosos una cámara.

La combinación fue perfecta: instantaneidad era una de las keywords warholianas, y los millares de polaroids de docenas de famosos (su sujeto favorito también en el reino fotográfico) se volvían fácil metáfora de su entera obra: chatas, con colores innaturales, fugaces, prona a desvanecerse. Tanto es así, que en ámbito artístico – para bien o para mal – es verdaderamente difícil no asociar la polaroid al rey del Pop-Art (aunque figuras de la talla de David Hockney y Helmut Newton la hayan usado extensivamente y Chuck Close haya derivado de ella muchos de sus retratos hiperrealistas). Sin embargo, hay una corriente bastante impetuosa de fotógrafos que se dedican exclusivamente o casi a ella, tiene por supuesto una especie de Biblia de Taschen (The Polaroid Book de Barbara Hitchcock y Steve Crist, 2008) y hace poco la mismísima casa productora ha creado, luego de que en 2008 discontinuó la fabricación de cámaras y “rollos”, una línea Impossible que vende gadgets super-kitsch relacionados a su invención más prodigiosa, además de las últimas películas disponibles, ya vintage.
 
 
Éste es el panorama en que se ha desarrollado la muestra Lovearoid, que reúne fotos de Fernanda Montoro y videos de Agustín Ferrando Trenchi. Vale decir, un escenario donde la Polaroid no sólo oficialmente no existe más (de alguna manera lo digital es como la sublimación y extenuación de aquella premura de ver el resultado, de incorporar inmediatamente el recuerdo a lo vivido, que sostenía la filosofía polaroidiana), sino que se ha vuelto objeto de culto (tanto el aparato como lo que produce) y fomento de una estética que identifica súbitamente ciertos colores desteñidos, cierto formato y la patente escasez de dinámica volumétrica con una dimensión romántica del recuerdo como mix de onirismo, fantástico y ternura.

Con un “medio” tan cargado simbólicamente, Montoro y Ferrando arman una “constelación” de su connubio amoroso y artístico, para que todos puedan “explorar el álbum de fotos y videos de Fernanda y Agustín como pareja”. Usando el cómodo neologismo que titula la exhibición en un triunfo de escenas delicadas y etéreas, se reúnen diferentes épocas, personas, situaciones, objetos ligados a su vida juntos: algún rostro, animales domésticos, niños, bicicletas y triciclos, un gaucho hacia el horizonte y mucha mucha naturaleza, sol, cielos, árboles, flores, polen. Lo mismo pasa en los videos, que por momentos recalcan – mismo sabor “de antaño” – la atmósfera del super8 casero, con un plus de insistente metafilmación, ya que aparece más de una vez la fotógrafa manejando su cámara (y dos modelos de Polaroid se exhiben también en la sala, casi como si fuesen esculturas). 

El efecto cursi del conjunto, encapsulado dentro de una dimensión de absoluto autobiografismo – es muy dificultoso hallar rasgos irónicos o de distanciamiento en lo expuesto – se propone generar una conmoción emotiva cuyo impacto “no viene del shock sino de una sutilidad estética y agudeza visual a las que el espectador no puede mantenerse impermeable”. Montoro y Ferrando Trenchi apelan a la contraparte “positiva” de la estética del horror – por cierto hegemónica en la escena artística contemporánea – inundado la sala de sentimentalismo con vetas nostálgicas, sin poder escapar de la trampa que el empuje sensiblero conlleva, o sea el acomodamiento a la mera dimensión efectista de la obra, aunque eviten elegantemente el puro ejercicio ególatra gracias a la elección de no mostrar o casi las caras.
 
 
 
A nivel compositivo las fotos de Montoro son, en muchos casos (sobre todo cuando suprimen del todo el poco “realismo” presente), logradísimas en el uso sistemático del azar dado por el deterioro de los rollos inexorablemente “vencidos” (pese a la dificultad de encontrarlos a la venta, la fotógrafa los consigue a través de amigos, ferias, canales alternativos) y distribuyen sapientemente las fallas “en cámara” que el proceso químico imperfecto produce, superponiendo a la borrosidad buscada de la foto/memento, aquella de la no previsibilidad de la reacción del medio, el “no saber lo que va a salir”, como afirma Montoro misma. Todo un manifiesto contra la lógica del display permanente de las digitales. Este elemento aleatorio, junto al reclamo intrínseco, siempre valioso, de no olvidar la dimensión analógica de la imagen en un mundo que se autodigitaliza ciegamente, merecen la visita. Sin contar con la oportunidad de visitar Art Büro, galería nueva (además de oficina y punto de reunión) con una buena programación futura.
 
Riccardo Boglione
(publicado el martes 7 de agosto de 2012, en la diaria)

Lovearoid - Amor instantáneo
de Fernanda Montoro y Agustín Ferrando Trenchi
Curadora: Roxana Fabius.
Art Büro (Francisco J. Ros 2793/002), hasta el 25 de agosto, concertando cita a través de artburo@metroveinte.com.

Video Lovearoid 1:

 
 
Video 
Lovearoid 1:

Lovearoid 2:
 Video Lovearoid 3:
Video Lovearoid 4: 
 Video Lovearoid 5: