A partir de su nombre, “Terra Ignota” develó el origen de su motivación, así como su impronta documental. En este caso a través de instancias menos explícitas, ya que la premisa y la conformación espacial de su montaje -concebida como una gran instalación que abarcó en su totalidad la planta baja del edificio-, generó un cuerpo artístico de propuestas y soportes variables. El hurgar desde la investigación filial, permitió plasmar esos trayectos como desplegables cartografías creativas.
Si el hilo conductor es el del posible encuentro de una identidad emocional (tanto en lo personal como en lo colectivo), esa búsqueda estuvo signada por la propia investigación (interrogación, asombro y perplejidad), con la que sus autores emprendieron esos caminos, ante los hallazgos y redescubrimientos de esas antiguas miradas de las que eran portadores. Un legado tan histórico como cultural. Parlamentos invisibles que se han perpetuado en el complejo tránsito temporal de cada humanidad.
La muestra incluyó los trabajos de Nicolás Birriel Peña Bruno, Alejandro Corbo Tróvaz Martínez Casanova, Rossana Demarco Berois Bidegaín Goñi, Marcelo Bertolini Durán de Torres Casaretto, Victoria Giménez Arballo Gonzáles Feirrer, Tomás Hernández Damián Boldi Perrone, Guzmán Infanzón Agapito Braga Delgado, Cecilia Jáuregui Jorge Bentancourt La Rocca, Ramiro Ozer Ami Silva Molina Palumbo, Nibia Peréz Cunha Costa Mello, José Pilone Costa Blanco Sanchos, Carlos Rosasco Perata Duomarco Bello, Carolina Sobrino Barrios Lemos Margenat, María Eugenía Sus Delbono Kalizer Ghuisolfi y Suci Viera Warren Fernández Díaz.
“Terra Ignota” fue también una de las últimas exposiciones realizadas en el entonces Museo de la Migraciones / Bazar de las Culturas (situado en el antiguo edificio del Bazar Mitre), antes de su refundación en la Ciudad Vieja como Museo de las Migraciones (MUMI), y de que el Centro de Fotografía tomara posesión del mismo.
Por el valor de la muestra, la singularidad de la propuesta en consonancia con el espíritu del recinto que la albergó, y a fin de dejar un testimonio escrito, hablamos con quien fuera su Curadora, la artista y docente Solange Pastorino.
¿Cómo fue desarrollar este planteo desde el punto de vista de la memoria colectiva, de los orígenes específicos de cada autor?
Terra Ignota surge a partir de una inquietud del Foto Club Uruguayo de realizar una muestra colectiva en el Museo de las Migraciones / Bazaar de las Culturas, como parte de su política de extensión cultural. Para inscribirla dentro del marco conceptual del entonces museo. Su coordinador de entonces (el Prof. Víctor Cunha), sugirió realizar una serie de entrevistas, en la que se indagaría a los participantes sobre los orígenes de sus apellidos. Cuando el FCU me solicita que realice la curaduría de la exposición, al invitar a los fotógrafos propongo una exhibición libre en lo expresivo, pero que integré esa búsqueda de los orígenes, partiendo de la premisa de trabajar con la memoria, la huella y el rastro.
¿Qué descubriste a través de este nuevo trabajo curatorial?
Me siento muy cómoda desempeñando este rol, ya tengo realizadas la organización y curaduría de varias muestras. Con muchos de los fotógrafos no era la primera vez que trabajaba. Además el tener la libertad de elegir quiénes participaban en la muestra, me permitió integrar fotógrafos de larga trayectoria con algunos en los que era su primera exposición. Me gusta no imponer, sí dialogar y resolver grupalmente, así surgió por ejemplo el nombre de la muestra: “Terra Ignota”.
¿Piensas que en términos colectivos, la memoria siempre será un territorio a explorar?
Por supuesto, tanto colectiva como individualmente. Una cosa que quedó muy claro en la muestra, es que cada uno de los fotógrafos -aunque trabajaron desde una misma premisa inicial-, buscaron y desarrollaron desde sus inquietudes personales, lo que luego se conformó en un trabajo colectivo. Para llegar al resultado final hubieron instancias de encuentro, donde cada uno planteo su proyecto, se estableció un dialogo de aportes y en cierta forma hubo una influencia positiva de intercambio de ideas y opiniones.
Las entrevistas dejaron ver las dudas, los asombros, las anécdotas familiares olvidadas. ¿Descubriste algo de tu memoria?
Naturalmente. Desde que empecé a llamar al primer fotógrafo comencé a pensar en mis apellidos, a investigar y recordar anécdotas familiares. Como creadora también me llevó a pensar cuál seria mi obra si yo estuviera participando de la misma a nivel expositivo.
La muestra fue concebida como una instalación. Casi un mapa desplegable donde se entrecruzaron diversas hojas de rutas y opciones de búsquedas. ¿Lo planificaste o dejaste que el azar interviniera a su manera? Lo digo por tu experiencia escenográfica, ya que hubo una "composición de lugar” que la enmarcó y la redimensionó como tal.
El desafío fue cómo ensamblar las diferentes propuestas sin perder las identidades. Al ir trabajando con los distintos autores, fui visualizando los espacios y cómo iban dialogando los proyectos. Así surge una planta básica en papel con la ubicación de cada trabajo. Igual al presentarlos en el Museo hubo cambios, porque siempre al ver las obras impresas y en su dimensión real, hay que replantearse su visualización e interacción. Pero por suerte hubo pocas cosas para variar y todo funcionó bien. Mi experiencia de 20 años como escenógrafa -y en simultáneo otros 15 en el montaje de exposiciones-, sin duda ayuda para previsualizar cómo funciona una muestra. Posteriormente “Terra Ignota” se trasladó del Museo de las Migraciones a “La Pasionaria”. Un espacio más reducido, y con otra estructura edilicia. Aunque las obras fueron las mismas, al ubicarlas en un entorno diferente, se generó una nueva versión de la muestra. Fue interesante poder verla desde otra perspectiva. La percepción espacial y de intercambio generó una nueva lectura, aunque sin perder su propósito original. De cierta manera hicimos nuestra propia migración. Nos encontramos con un territorio desconocido, y sobre el cual comenzamos nuevamente a habitar.
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“Terra Ignota” se inauguró el 22 de agosto de 2011 y permaneció en el Museo de las Migraciones hasta el 9 de setiembre, trasladándose luego hacia la sala de exposiciones de “La Pasionaria”.
Guillermo Baltar Prendez: Artista visual y poeta. Ejerce el periodismo y la gestión cultural desde la década de 1970. Entre otros fue periodista de “La semana”, “El Día”, “JAQUE”, “Revista POSDATA” y el Semanario “Voces”. Docente del Instituto Universitario BIOS y de la Escuela de Fotografía Taller Aquelarre. Integra la redacción de la Revista “Dossier” desde sus inicios, donde -entre otras tareas- es el responsable de la sección de crítica fotográfica.