Noticias

Una partida difícil. Un fotógrafo uruguayo en tierras conflictivas colombianas

Autor: Agustín Fernández (textos y fotos)

Crónica publicada en la edición de junio de la revista SeisGrados. 

Volver a Colombia tres años después, a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, para seguir contando una historia del conflicto colombiano desde el punto de vista de las víctimas. De víctimas que proponen una salida y se organizan para poder vivir en paz, aunque eso les cueste la vida. Campesinos que siembran para que las siguientes generaciones tengan qué cosechar.
 
La Comunidad de Paz de San José de Apartadó
Un reciente informe del Centro de Vigilancia del Desplazamiento Interno (IDMC, su sigla en inglés) sitúa a Colombia como el país con mayor cantidad de desplazados internos a nivel mundial: entre 4,9 y 5,5 millones de personas (230.000 de ellas en el año 2012) han tenido que abandonar sus hogares debido a la violencia, la mayoría son campesinos e indígenas obligados a dejar sus tierras. La solución que muchas comunidades han encontrado para permanecer en sus territorios es apegarse al principio de distinción del Derecho Internacional Humanitario, conformar zonas humanitarias, y reclamar a todos los bandos, el reconocimiento de su condición de población civil no partícipe del conflicto armado. Ejemplo de esto es la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, conformada por más de 1.200 campesinos que desde hace 16 años intentan sobrevivir resistiéndose al conflicto en una de las regiones más violentas de Colombia, el Urabá Antioqueño. Desde su fundación, la Comunidad ha sufrido bloqueos económicos, desplazamientos forzados, amenazas, violaciones y más de 190 asesinatos a manos del ejército, los paramilitares y la guerrilla.
 
 
 
“Siete fichas de cada número, de los 3 ya se jugaron cuatro y yo tengo dos, así que si alguien juega el restante los pongo a pasar a todos, inclusive a mi compañero, pero bueno, será por el bien del equipo”, pensaba intentando armar mi estrategia para ganar la partida de dominó. Nunca pensé que reglas tan sencillas hicieran tan complejo un juego, pero sí, ahí estaba yo procurando calcular la siguiente jugada para ser el primero en quedar sin fichas. Noche de tinto (léase café) y dominó en San Josesito. El alcohol no existe en la Comunidad de Paz, por reglamento interno está prohibido en sus territorios (al igual que cultivar coca, portar armas o colaborar con cualquier bando armado). Mi compañero de juego era Jesús Emilio, uno de los principales líderes de la Comunidad y su representante legal hasta principios de año. Musculosa blanca, sombrero ancho, bigote fino y ojos marrones atentos no solo a la ficha que ponían los demás, sino también a las reacciones de cada uno, a ver si de ahí también sacaba alguna pista. En los tres años que pasaron desde que lo conocí, Jesús Emilio se ha salvado de dos intentos de asesinato. El último fue en febrero de 2012, cuando dos paramilitares en moto le dispararon en plena plaza del mercado de Apartadó, la ciudad cercana. Jesús Emilio logró huir y salir ileso. “Diosito quiere me quede más tiempo por acá”, me dijo en más de una ocasión.
 
El equipo contrario estaba conformado por Don Aníbal de 74 años, campesino y miembro de la Comunidad de la Paz desde sus inicios en 1997; y Cecile de 25 años, francesa voluntaria de la ONG Brigadas de Paz Internacional. La presencia de Cecile, así como de otro voluntario alemán que optó por la lectura y no por el dominó, se debía al pedido que la comunidad hizo a la ONG de que acompañaran a un grupo de trabajo que al día siguiente saldría de San Josesito rumbo a Arenas Altas. Las incursiones de los paramilitares en las inmediaciones de Arenas Altas han desplazado a casi todos sus habitantes hacia otros poblados de la comunidad. Por lo que el objetivo del viaje del grupo de trabajo era limpiar los caminos de acceso, recoger la cosecha de frijoles, podar las cacaoteras y acondicionar la zona para que, de a poco, sus habitantes (y dueños de los terrenos) pudieran volver allí. Era un viaje de riesgo, más estando Jesús Emilio entre los participantes, por lo que se hacía necesaria la colaboración de las Brigadas de Paz Internacional. El trabajo que realiza la ONG es básicamente de observación internacional, de “hacer presencia”, atestiguar. Antes de acompañar a defensores de DDHH, campesinos o indígenas perseguidos, los miembros de Brigadas notifican a embajadas, policía y ejército acerca de las zonas en las que se estarán movilizando. En palabras de los propios campesinos, “cuando uno anda con los de Brigadas ni se ven los paramilitares, pero cuando uno anda solo...”.
 
Aunque ya era hora de dormir, el dominó seguía. Turno de Jesús Emilio, quien al observar las fichas jugadas me dijo: “¿Cierro esto?, ¿cierro esto y ganamos?”. Antes de que pudiera responderle, se respondió solo: “Cierro y ganamos, Cecile tiene el doble 5, así que nos vamos a llevar muchos puntitos...”. Colocó la ficha 4-2, era la última 2, y el 2 quedó en ambas puntas. Imposible seguir, juego cerrado. Jesús Emilio era el que tenía menos puntos, le quedaba el 3-1, a Cecile el doble 5 y el 4-1. “¿Cómo puede ser que supiera que yo tenía el doble 5?”, le preguntó Cecile a Jesús Emilio y agregó: “¿Me vio las fichas?”. Jesús Emilio, sonriendo enigmáticamente y llevándose un dedo índice a la sien, le respondió: “Es el reiki, el reiki, por algo soy el maestro del dominó”. Partida terminada, y a dormir que al otro día nos esperaba tres horas de caminata para llegar a Arenas Altas.
 
 
Cae la ficha
La idea era salir en la mañana, pero el apronte de las mulas se demoró más de lo previsto y recién salimos después de almorzar. El grupo viajero estaba conformado por Jesús Emilio, Orlando, Alberto, William, Orfidia “La gorda”, los dos voluntarios de Brigadas y yo. En Arenas Altas se sumarían John Freddy “Bananito”, coordinador de la zona, y algunos jóvenes que viajaban al día siguiente.
Barro, piedras, barro, piedras, barro, barro y más barro, eso definiría bastante bien lo que fue el camino de San Josesito hasta Arenas Altas. Falta sumarle un par de cañadas y el hecho de que todo el trayecto fue en subida. A las dos horas de caminata ya podía contar mis pulsaciones sin usar los dedos. Mateo y Cabrera repetían en mi cabeza “corazones que explotan de tanto bombear”. Por suerte llegamos a un pequeño claro conocido como Pela Huevos en donde descansamos unos minutos. Para entender el porqué del nombre del lugar alcanzaba con mirar el suelo tapizado de cáscaras de huevo. La gente de la zona acostumbra descansar en ese claro y los huevos duros son un alimento práctico de cargar. También es un punto en el que los paramilitares suelen hacer retenes. Por fortuna, o tal vez debido a la presencia de Brigadas, no vimos ningún paramilitar en las tres horas de caminata.
 
Finalmente llegamos a Arenas Altas, un valle entre las sierras con no más de 10 casas y una escuelita. Nos instalamos en una casa vacía que estaba en una de las partes altas. Enseguida los de Brigadas colgaron banderas de la organización en el frente e izaron una en una caña larga para que se viera de lejos. La casa era de piso de tierra y dos habitaciones, me tocó dormir en una hamaca en el “living-cocina” con Cecile y Mauritz, el alemán. El resto del grupo dormía en el cuarto o en el alero.
 
Orfidia vivía en Arenas Altas hasta el año pasado, cuando decidió irse a San Josesito por las amenazas de los paramilitares y la posibilidad de que intentaran reclutar a Joaquín, su hijo adolescente. Desde el alero de la casa en la que estábamos me puso al tanto de la actualidad del pueblo. “Antes acá éramos 15 familias, y algunas más viviendo más lejos, hoy el único que está viviendo acá es don Filimón, vive en la casa de allí abajo”.
 

 
La casa de don Filimón era muy similar a la “nuestra”. Paredes de madera, piso de tierra, techo de chapa. Lo encontré almorzando, sentado en la cocina, detrás de una hamaca, con un par de perros atentos a las sobras. “La última vez que vinieron los paracos se quedaron en la casa en la que están ustedes”, me comentaba mientras comía arroz con yuca y carne. “Yo pasaba cerca de ahí, con unos palos para la cocina cuando uno de ellos me dijo:‘¡Qué lindo pa’ pegarle un tiro a ese viejo!’, y yo los miré y les dije que que me dieran”.
Filimón tiene 73 años, y tenía dos hijos, que fueron asesinados por el ejército. Su esposa “se aburrió de mí hace ya rato y se fue”. Al consultarlo sobre su vida diaria, me dijo: “Trabajo para no quedarme quieto, pero ya estoy viejo”. Cuando le pregunté qué haría en caso que volvieran los paramilitares a la zona, me respondió sin dudar que se iría a otra vereda de la Comunidad de Paz.
 
Punto doloroso
Los primeros dos días en Arenas Altas se fueron en la poda de las cacaoteras, tarea importante ya que la Comunidad exporta cacao orgánico certificado y las plantaciones reciben supervisiones sorpresivas cada tanto. Después se hizo la limpieza del camino a Arenas Bajas, y ahí estuvo más movido el asunto. Primero, porque en una parte del camino había un panal de abejas africanas. “No hagan bulla”, decía Alberto (refiriéndose a no hacer ruido) mientras acelerábamos el paso. Algunas abejas nos alcanzaron, y una de ellas me picó en el brazo izquierdo. Dolió un rato, pero no pasó a mayores. A la vuelta tuvimos que dejar el camino y cortar por pleno monte para no volver a cruzarnos con las abejas. “De a muchas han matado ganado”, dijo Alberto al notarme un poco escéptico del poderío de estas abejas inmigrantes. Dejar el camino y cortar por el monte nos libraba de las abejas sí, pero tenía otros riesgos. Nunca fui tan obediente como cuando me dijeron: “Usted pisa en el mismo lugar donde piso yo, ¿ok?”. Estábamos en una zona de frecuentes enfrentamientos entre los paramilitares y la guerrilla, por lo que existía la posibilidad que hubiera minas antipersonales, así que nada de salirse del trillo del que iba adelante.

Pudimos volver al camino sin inconvenientes y al rato, cerca de una cañada, Bananito nos propuso desviarnos un poco. Quería mostrarnos el lugar donde, tras un enfrentamiento entre paramilitares y guerrilla, quedaron dos cuerpos de paramilitares sin ser recuperados durante varios días. Fue en el año 2011. La Comunidad fue testigo del momento en el que un grupo de paramilitares, respaldados por un helicóptero del ejército, fue a la zona donde estaban los cuerpos, pero no los retiraron. Luego de varias denuncias ante la Defensoría del Pueblo, que negaba que hubiera cuerpos en ese lugar, la Comunidad decidió formar una delegación que se encargara de recogerlos y entregarlos en San José, donde las familias habían denunciado la desaparición. En un comunicado de prensa de la época, la Comunidad explicaba su decisión de la siguiente forma: “Mucha gente que no nos conoce; que no ha caminado con nosotros, se pregunta cómo es posible que estos paramilitares que nos amenazaron; que nos conminaron muchas veces a abandonar nuestras tierras y que participaron en multitud de crímenes contra nosotros en compañía de la fuerza pública, sean ahora tratados de manera humanitaria por nosotros hasta que vayamos a recoger sus restos y a sepultarlos con un mínimo de dignidad. Dentro de los criterios del Sistema de Muerte e Inhumanidad que nos envuelve, esto no se entiende. En nuestra sociedad impera, más bien, el principio de ojo por ojo y diente por diente. Nuestros presidentes incitan en sus discursos a la venganza contra la insurgencia, con lenguajes de barbarie que causan escalofrío. Pero nosotros no compartimos esos principios. Nuestra lucha por la justicia es completamente ajena y contraria a todo sentimiento de venganza. Nosotros exigimos justicia; le decimos NO a los actores armados; les exigimos respeto; no cedemos a sus exigencias; no retrocedemos ante sus amenazas y sus actos de barbarie. Ellos ciertamente generan en nosotros miedo e intenso dolor con sus actuaciones criminales, pero lo que nunca han logrado ni podrán lograr es generar odio en nosotros. […] Creemos que la dignidad de cualquier ser humano está por encima de las guerras y por ello la opción de nuestra Comunidad […]”.
 
En el lugar todavía quedaban rastros del combate, algunas perforaciones de bala en una roca, ropa de los paramilitares, una bota de goma con un agujero de bala. Hacerse la imagen mental del estado en que deben haber quedado esos dos cuerpos luego de 10 días en la selva era complicado. Ninguno del grupo se sentía cómodo en ese lugar, por lo que luego de hacer unas cuantas fotos seguimos el camino de regreso a Arenas Altas.
 
Final abierto
Al regresar a nuestra casa, Orfidia ya tenía pronta la cena, arroz con frijoles, huevo frito y ensalada, menú muy similar al del desayuno y el almuerzo. Sería imposible resistir el calor, la humedad y el desgaste físico diario desayunando a lo uruguayo, con tostadas y cortado o mate, por lo que hubo que acostumbrarse a los desayunos hipercalóricos. Como todas las tardes en Arenas Altas, llegaba la hora del dominó. Me tocó jugar con Alberto, contra Cecile y Jesús Emilio. Don Filimón, que llegó de visita a charlar un rato pero no quiso jugar, observaba atentamente la partida y charlaba con otros que esperaban su turno. A medida que pasaba el tiempo, el sol caía y se prendían las linternas, se hacían más evidentes las clases que Cecile había recibido de Jesús Emilio. Nos estaban peloteando, íbamos perdiendo 93 a 15, estaban a siete puntos de ganarnos. No podíamos distraernos un segundo, había que tener bien claro qué ficha jugaba cada uno y deducir el juego contrario antes que ellos el nuestro. Aunque también podíamos tener un golpe de suerte, tener cinco fichas dobles de entrada y que la mano se terminara ahí, contar los puntos contrarios y muy probablemente ganar el partido así de fácil. Empecé a levantar mis siete fichas, y entre ellas aparecieron algunos dobles, el doble 4, el doble 5, el doble 1 y el doble 2. Me quedaba una sola ficha por levantar, si era otra doble era partida ganada, si no era partida casi perdida (con 4 fichas dobles es muy difícil ganar). La emoción era mucha, pero era mejor no avivar a los contrarios y bancarme callado los nervios de levantar la última ficha. Resultó ser la 5-2. La desilusión me hizo jugar entregado esa última mano, perdimos bien y a llorar al cuartito. Don Filimón sonreía, aunque su cara se entristeció al enterarse que al día siguiente volvíamos a San Josesito. “Me quedo solo acá”, alcanzó a decir, “se los va a extrañar”. “Pero volvemos después de fin de semana don Filimón”, le respondió Jesús Emilio, “queda mucho trabajo por hacer por acá”. Ya era tarde para los horarios campesinos y al otro día había que arrancar temprano las tres horas de camino a San Josesito, así que todos a dormir en sus hamacas.   
 
 
---

Tras su primer visita a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, Agustín Fernández realizó la exposición Obreros de la Paz / Comunidad de Paz de San José de Apartadó, inaugurada en octubre de 2011 en el Espacio Cultural Contemporáneo de la Fundación Unión en el marco del festival internacional de fotografía Fotograma 2011, declarada de interés ministerial por el Ministerio de Turismo y Deporte del Uruguay. Contó con la colaboración exclusiva del lingüista Noam Chomsky. Fue elegida por el Centro de Estudiantes del Instituto Nacional de Bellas Artes para ser expuesta en el primer encuentro Latinoamericano de estudiantes de Artes en Córdoba, mayo de 2012.
 
Repercusiones de la exposición:
- Entrevista en La Noticia y su Contexto / Programa informativo de Televisión Nacional del Uruguay
- Entrevista para Fotograma Tevé / Programa de TV sobre el Encuentro Internacional de Fotografía Fotograma 2011