En la noche del domingo pasado la imagen de Osama bin Laden volvió a reproducirse en medios de comunicación de todo el mundo, como hacía tiempo no sucedía. El motivo fue el anuncio por parte del gobierno de EEUU de su asesinato, en el marco de una operación militar realizada en Pakistán. Si bien el papel de gran parte de los medios consistió en otorgar carácter de verdad a lo que no es más que el relato de una de las partes involucradas -en última instancia el principal testigo de la muerte de bin Laden es el propio gobierno que dice haberlo asesinado-, inmediatamente comenzaron a plantearse dudas sobre la veracidad del hecho. Es que la fotografía que el mundo entero espera ver -la de bin Laden muerto- no ha sido exhibida por el gobierno de EEUU, que ante la presión internacional anunció su decisión de no hacer circular fotografías del líder de Al Qaeda aniquilado.
Casi de inmediato comenzó a circular una foto evidentemente falsa del cadáver. Tomando como base una conocida fotografía de bin Laden, alguien alteró mediante retoque digital la parte superior de su rostro, para generar la impresión de una persona que, evidentemente, había sufrido un grado de violencia extrema. Esa imagen se multiplicó incansablemente por la red, y continua siendo difundida por usuarios de redes sociales, algunos advirtiendo del engaño, otros creyendo dar pruebas concluyentes de la veracidad de hecho.
Pero lo interesante, más allá de esto, es la idea de que para dar crédito a la versión del gobierno de EEUU, debiera mostrarse la foto real de su cadáver, o bien el video sobre el operativo militar que lo habría asesinado. Como si una imagen -fija o en movimiento- por sí sola pudiera probar el qué, el cómo, el cuándo, y el dónde de una situación determinada, en este caso la supuesta muerte de bin Laden. Pues el hecho de que una foto “exista” no dice demasiado sobre su contenido informativo, si no conocemos quién la produjo, cuándo, dónde y con qué fines. Uno de los argumentos del gobierno estadounidense para no presentar las “imágenes-pruebas” reside en su carácter “truculento”, el cual no las haría aptas para circular a nivel público. Otra de las razones sería el temor a que dichas imágenes pudieran convertirse en una herramienta política del enemigo, algo así como lo sucedido con la fotografía de Freddy Alborta del cadáver del Che Guevara rodeado por oficiales del ejército boliviano, luego de su asesinato en octubre de 1967.
Las oscilaciones del gobierno de EEUU con respecto a este tema y su evidente temor ante los efectos adversos e incontrolables que podrían suscitar las imágenes requeridas por el mundo entero -más allá de que existan o no-, evidencian un cambio interesante con respecto al rol político adjudicado a la fotografía. Si antes lo primordial era dar prueba concluyente de la muerte del enemigo, hoy los gobiernos parecen haber adquirido conciencia del poder muchas veces autónomo de las imágenes, y de los usos impredecibles que la sociedad les puede dar. Los argumentos esgrimidos por el gobierno de EEUU para no presentar las supuestas imágenes y la existencia de una demanda internacional por poder ver “las evidencias”, da cuenta de cuestiones fundamentales, como la todavía vigente concepción de la fotografía como documento depositario de la realidad, la noción clara de su valor como herramienta política, y las dificultades de controlar su uso por parte de las sociedad, mucho más cuando la revolución de las comunicaciones acelera día a día los tiempos de la circulación de ideas.
Probablemente existan más novedades con respecto al tema. Algunos medios están difundiendo fotografías de cadáveres que, al parecer, corresponderían a algunas de las personas que se encontraban con bin Laden en el momento del asalto. Por ahora, lo que resta es esperar de los medios un trato más riguroso de la información -que en ocasiones resulta contradictoria- difundida por fuentes oficiales estadounidenses. Que esto suceda o no queda fuera del control del público general. Sin embargo, es bueno alentar un sentido más crítico con respecto a la interpretación de las imágenes que circulan. A la hora de enfrentarnos al testimonio, es bueno preguntarse acerca del testigo.