Video sobre diferentes proyectos emprendidos por JR en varias partes del mundo.
Es verdad que las fotografías no siempre cumplen lo que los fotógrafos prometen. El problema es que a veces se les pide demasiado. Hace dos semanas me enteré vía Facebook del proyecto Montevideo Inside Out. Se trata de una intervención urbana realizada por Agustín Fernández y Magdalena Gurmendez, consistente en el montaje de fotografías de gran tamaño en paredes de varios lugares de Montevideo -el Teatro Solís, la peatonal Sarandí, la rambla, la Iglesia de la Cruz de Carrasco, entre otros-. Las fotografías son retratos tomados con un gran angular, primerísimos primeros planos en blanco y negro de hombres y mujeres sonriendo o realizando gestos extravagantes. Los retratos no son de personas elegidas al azar, sino de integrantes de cooperativas de clasificadores, y el proyecto se enmarca en una línea de producción que el joven artista francés JR –solo tiene 28 años- ha difundido por varios países del mundo.
Si bien suele verse en Montevideo fotografías de gran tamaño ocupando el espacio público, no es usual que se enmarquen en un proyecto artístico. Lo típico son las imágenes que componen los avisos publicitarios o las campañas de los partidos políticos. En ese sentido es saludable que una propuesta fotográfica cuyo objetivo es más noble que el consumismo de shampoo, championes y promesas electorales venga a disputar, aunque sea por poco tiempo, las miradas de los montevideanos.
Ahora bien, esa “nobleza” está lejos de ser evidente. Tal vez alguien se haya preocupado en hacerlo, pero sería muy interesante preguntarle a las personas que caminan frente a las fotografías qué sensaciones les han provocado, qué piensan de ellas, quienes suponen que son los retratados y, en caso de saberlo, si luego de haberlas visto han reformulado su visión acerca del fenómeno de las cooperativas de clasificadores.
El principal objetivo del proyecto es tomar a estos clasificadores y “darles visibilidad ante la opinión pública en general y también ante los clasificadores que trabajan en la calle”. Pero al ver las fotografías, el desfasaje entre la propuesta y su realización se vuelve chocante. Los realizadores se han preocupado por difundir la propuesta en los medios de prensa y las redes sociales, ofreciendo esa información contextual sin la cual sería imposible distinguir esta instalación artística de una campaña publicitaria de anticipación. Sin embargo es poco probable que una nota en un diario o un informativo televisivo logre sustituir esa dimensión informativa ausente de la propia propuesta. Hasta los avisos publicitarios de las marcas más conocidas precisan de un elemento identificador –usualmente algún tipo de logo- que permita decodificar el mensaje, que a su vez suele ser sencillo. Una propuesta artística desconocida en nuestro país, que pretende concientizar sobre un problema poco elaborado socialmente, y que lo hace a través de un mensaje complejo -la entidad y las implicancias del trabajo cooperativo están lejos de ser de uso común en el Uruguay de estos días- está mucho más lejos de bastarse a sí misma para competir en el mercado de los discursos visuales.
Por otro lado, el desfasaje entre la propuesta y la realización de la intervención también pasa por el propio contenido de las imágenes. ¿Por qué un retrato visualmente distorsionado y extravagante de un integrante de una cooperativa de clasificadores debería contribuir a jerarquizar esa forma de organización del trabajo por sobre la de los clasificadores que trabajan en la calle con carros tirados por caballos?
Tal vez estos desfasajes puedan explicarse por el transplante automático a un contexto nuevo de una propuesta pensada originalmente para otro espacio cultural y social. El proyecto original del JR se propuso la visibilización de los sectores excluidos habitantes de los suburbios de París, con un énfasis en las minorías culturales y los inmigrantes ilegales. En el marco de una sociedad como la francesa, atravesada por los debates acerca del choque o la convivencia de culturas diferentes, los desafíos a la “identidad nacional” y la inmigración masiva, la propuesta de JR aparecía protegida por una coraza ideológica fuerte.
Pero el proyecto se extendió y llegó a países como Brasil, Kenia, Israel, Camboya y Uruguay. No resulta claro por qué el código visual manejado para París resultaría igual de efectivo -en términos comunicativos- para culturas cuyo concepto de la imagen no tiene por qué ser el occidental. En una entrevista a JR publicada en El País de Madrid se informa que el artista se inició como grafitero, pero al darse cuenta de que el lenguaje del aerosol llegaba solo a una comunidad concreta, optó por la fotografía, que “hablaba un lenguaje universal”. Pero ¿por qué la fotografía debería significar para todos lo mismo? ¿Por qué, por ejemplo, los retratos “cruzados” de ciudadanos árabes e israelíes montados sobre el muro que los separa en Palestina constituiría un mensaje pacifista para esas sociedades? El hecho de que sí lo sea para ciudadanos occidentales sensibilizados contra la violencia y la discriminación, ¿quiere decir algo más que eso? Como ocurre con el lenguaje de la gestualidad, las fotografías sólo transmiten información en la medida en que el emisor y receptor compartan un código, es decir, estén conectados por puentes culturales.
Montevideo Inside Out es una iniciativa a destacar, que apuesta a la construcción de un proyecto artístico de impacto masivo, colocando a la fotografía al servicio de organizaciones sociales que pugnan por la dignificación del trabajo y los trabajadores. No obstante, parte de una sobrevaloración de la herramienta fotográfica, la cual por limitaciones inherentes a su composición como lenguaje no cumple con las expectativas, más allá de las virtudes de los artistas y del potencial removedor del proyecto.
Entrevista a JR en El País de Madrid. 15 de mayo de 2011: