El fotógrafo uruguayo Quique Kierszenbaum (1967) expuso recientemente en la [CdF Fotogalería] Bazar la muestra "Jerusalén, 3 historias", centrada en tres series fotográficas que desarrolló en esa ciudad. En esta entrevista realizada por indexfoto, Quique refiere entre otros temas, al sentido de su trabajo en particular y sobre las funciones del fotoperiodismo actual en un contexto de conflicto armado.
En esta muestra exponés tres series fotográficas distintas. ¿Podrías explicarnos a grandes rasgos el sentido de cada una y sus vinculaciones?
Jerusalén es una ciudad de interés internacional enorme, casi un peregrinaje de fotógrafos documentalistas. A veces quien trabaja en este lugar tiene la sensación que todo ya ha sido contado. Pero existe una Jerusalén personal que es a la cual uno vuelve buscando algo diferente, en donde los limites se rompen y se crean relaciones personales que permiten contar historias más profundas. Jerusalén 3 historias justamente apunta a esas historias que verdaderamente se esconden en pequeños rincones de la ciudad, que cuentan situaciones menos conocidas de minorías.
Entre las corridas de la cobertura de la segunda intifada, Sako Karakozian me invitó a fotografiar las celebraciones del domingo de pascuas en el convento de St. James en el barrio armenio de Jerusalén. Si bien sabía de la existencia de la comunidad armenia en Jerusalén, esa visita marcó un amor a primera vista. Como una puerta al túnel del tiempo, la comunidad armenia, una de las primeras en adoptar el cristianismo, mantiene sus ceremonias y ritos milenarios. La sensación de que detrás de un portón se esconde una vida totalmente diferente a la que conocía en Jerusalén, a tan solo unos minutos de mi casa me atrajo inmediatamente. Pero lo que verdaderamente me llevó a volver y querer contar su historia, fue la lucha por sobrevivir que la comunidad mantiene contra diferentes obstáculos.
Descendientes de sobrevivientes del genocidio armenio que encontraron refugio en el convento (los armenios llegaron a ser mil quinientas personas en la ciudad vieja de Jerusalén), hoy apenas unos quinientos armenios intentan mantener su identidad, cultura, costumbres y ritos en un entorno que presenta un sin fin de dificultades, como a otras minorías no judías discriminadas dentro de Israel.
Al club de box de Gershon (Grisha) Luxemburg llegué buscando algún rastro de convivencia en plena segunda intifada, o levantamiento palestino. Aquellos eran tiempos difíciles, repletos de violencia. La muerte tenia forma, tenia nombres. Mi trabajo diario giraba en torno a atentados suicidas, incursiones militares, enfrentamientos y entierros, muchos entierros. Recuerdo que pensando en un proyecto a largo plazo que me diera un poco de oxigeno, me contaron sobre un pequeño club que lograba mantener una frágil convivencia entre palestinos e israelíes a pesar del conflicto. Cuando lo ofrecí a la agencia para la que trabajaba les gustó mucho la idea.
En este proyecto lo que más me atrajo es la idea de que nadie va al club por una ideología que busca la convivencia entre los dos pueblos. Aquí lo que une a la gente es el boxeo, y teniendo en cuenta el marco de violencia que rodea un club de boxeo es impactante ver las relaciones personales que existen entre los pupilos y sus técnicos en días de pleno conflicto entre los pueblos. De no ser por el encuentro en el club es de suponer que estos jóvenes fueran furiosos enemigos.
La escuela Mano a Mano es mucho más que un proyecto fotográfico, es un proyecto familiar que trata de dar una respuesta al odio y a la intolerancia en la que nos vemos rodeados. La llegada a la escuela no tiene nada que ver con la fotografía. La llegada a la escuela es una decisión de apostar a una forma de crecer para nuestro hijo totalmente diferente. Es una forma de romper las barreras, los limites para poder soñar con un futuro mejor. El proyecto fotográfico surgió desde adentro, acompañando a mi hijo, pero además siendo participe de la comisión de padres de la escuela, formando paso a paso parte de una nueva comunidad. Esta muestra es parte de un proyecto a más largo plazo en el cual documento la vida de mi hijo en la escuela.
Creo que lo que une estos tres proyectos es la necesidad de no bajar los brazos, de luchar por una idea. Ya sea la necesidad de sobrevivir o la de no ver al otro como un enemigo. Además lo que une estas historias es que no son conocidas por todos, son historias de una Jerusalén diferente, de alguna forma son parte de mi Jerusalén.
Te has definido como un fotógrafo de conflictos. ¿Cómo vivís el riesgo permanente que conlleva esa labor?
Creo que todos quienes trabajamos en zonas de conflicto vivimos un poco con el autoengaño de que las cosas que cubrimos no nos pasarán a nosotros. De otra forma no podríamos “funcionar” en el día a día. Muchas veces la forma de trabajar en momentos difíciles es puramente instintiva, saber hacia dónde moverte, qué buscar, cómo sacar las fotos y cuándo rajar del lugar son instintos que se aprenden con el tiempo y con buenos maestros que son los colegas con los que trabajás. La experiencia es la que muchas veces te limita los riesgos que tomás, te marca los límites. No hay regla mas importante en este trabajo que saber cuáles son tus límites y el precio que tendrás que pagar cada vez que los rompas. Lamentablemente la crisis en el rubro de la fotografía periodística y documental lleva a muchos jóvenes a arriesgar sus vidas para poder hacerse un lugar de trabajo. Cuando tenés más años y sobre todo si tenes una familia, siempre está en juego lo que podés perder por tus decisiones y te lleva a ser más cuidadoso en cómo actuar.
A nivel emocional creo que para no enloquecerme son fundamentales los colegas, con los que podés charlar lo vivido, las dudas y los miedos. Hay cosas que es mejor dejar fuera de la casa. Es fundamental saber desconectarse de la historia por un rato, encontrar tiempos en donde la vida personal tiene cabida.
¿Cuál es para vos el rol actual de la fotografía y sus posibilidades en el contexto de los enfrentamientos armados?
La fotografía en conflictos tiene el rol de mostrarnos lo que pasa, no dejar que el “dolor de los demás” sea escondido. La fotografía es un arma para denunciar, alertar y atestiguar sobre las atrocidades que un grupo de personas le hace a otro grupo. Por sobre todo, el fotógrafo documentalista tiene la obligación de buscar las historias humanas que viven en conflicto. Las guerras deshumanizan, borran nombres e identidades y nuestro deber es rescatar esas identidades, esa personas que tienen nombres y apellidos, seres queridos, pertenecen a comunidades, y contar sus historias para que no puedan ser borradas por las balas, el odio y la indiferencia.
Desde esa perspectiva ¿cuáles han sido los canales de circulación y de utilización de tus fotografías?
Los medios de comunicación están cambiando a un ritmo difícil de seguir. Fuera de los canales más tradicionales, como lo son los periódicos y las revistas, es claro que estamos obligados a tener un impacto en todo lo que se refiere a las nuevas tecnologías tanto a nivel de producción como a nivel de transmisión. Me refiero a que hoy nuestras cámaras nos permiten traer no solo imágenes fijas, sino también videos y sonidos. Las redes sociales nos permiten mostrar nuestro trabajo a un público mayor con menos esfuerzo. Es un desafío. Hay que tomar decisiones. Yo las he tomado y he dejado el romanticismo de creer que solo la foto fija es mi forma de expresarme. Hoy además de fotógrafo soy videógrafo, soy muy activo en las redes sociales y trato de llevar mi mensaje a más gente. Esto muchas veces exige unas energías enormes, pero a mí los resultados me parecen buenos. No dejo de aprender nunca, todos los días hay algo nuevo que me desafía, pero que al final del día me da una nueva herramienta para contar la historia en una mejor forma. Estas tecnologías nos dan la posibilidad de exponer nuestros trabajos en otros formatos y soportes como los multimedia, en donde podemos combinar imágenes, textos y sonido.
¿Qué significa para ti exponer tu trabajo en Uruguay?
Uruguay es mi casa, es mi punto de partida, es al lugar que siempre vuelvo. Exponer en Montevideo y en el Centro de Fotografía es mantener el vinculo en forma cotidiana. Pero además exponer en Uruguay me da la oportunidad de compartir mi Jerusalén, una Jerusalén menos conocida, más profunda, diferente de lo que se ve en la televisión. Exponer en Uruguay es mi “cable a tierra”, que me permite mantener un contacto asiduo con la gente uruguaya.
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Una nota de Quique Kierszenbaum en indexfoto puede verse aquí.