Notas Críticas

Entre estima y estigma.

Autor: Riccardo Boglione

Estamos a mediados de abril, en la víspera de la Feria Mundial de 1964 en Nueva York: junto a otros 9 artistas se le ha pedido a Andy Warhol que cubra la pared de un cine circular, parte de la feria, con un mural. El pope del pop elige reproducir las fotos de los criminales más buscados de Estados Unidos, y apila la reproducción de sus fotos policiales en 5 líneas, formando un cuadrado de varios metros de altura. Thirteen Most Wanted Men [los trece hombres más deseados] es la obra “maldita” de Warhol (y, por cierto, una de las más interesantes): aparentemente los responsables de la feria o el mismo gobernador del Estado se opone a la exposición y le pide a Warhol que cambie de pieza. La razón no está clara, se dice que puede ser leída como una instigación a la delincuencia; o que, como la mayoría de los trece son de origen italiano, la conspicua comunidad italiana de la ciudad se podría enojar; o que existe un sub-texto queer en el mural que no es suficientemente sub: la fotos son montadas de manera tal que los retratados parecen mirarse complacidos, lo cual, junto a la ambigüedad de la palabra wanted – deseado – alcanza para ocasionar problemas en la sociedad del momento (por supuesto la versión más querida por los críticos de arte). También se ha hipotetizado que al mismo Warhol la obra sencillamente, una vez realizada, no le haya gustado. 

El hecho es que, antes de la inauguración, el artista decide taparla con barniz plateado (el color plata siendo uno de los signos distintivos de su estética). Sea como fuere, y más allá de las implicancias con respecto a la trayectoria warholiana y del pop-art estadounidense, esta obra – que además fue retomada por Warhol en una serie de serigrafías entre 1966 y 1968 – fue probablemente el objeto que despertó una porfiada (e inacabada) fascinación de la cultura contemporánea por las fotos policiales, sobre todo de los famosos. Cualquier tienda para colegiales en Estados Unidos vende afiches de los mugshots de Frank Sinatra, Johnny Cash y otros ídolos y algunos están bien impresos en la memoria colectiva, aún fuera del territorio yanqui (por ejemplo la de Hugh Grant, “pescado” con una prostituta). Si parte del morbo puede provenir del aspecto generalmente decadente del “preso” VIP – a menudo borracho o drogado y por ende descuidado en su apariencia –, cierto atractivo es tal vez generado por la tendencia a la neutralidad de la pose: en las fotos no se debe reír ni llorar, se mantienen los músculos faciales inmóviles, la mirada va al vacío, el fondo es ininteligible. De alguna manera, se trataría de una suerte de “grado cero” del retrato. Lo mismo que pasa con las fotos de los documentos de identidad, la versión “buena” de las policiales: al límite se permite una sonrisa apenas esbozada, pero en general para identificar a una persona se la despoja de todo poder expresivo y de su contexto. La paradoja es contundente: lo que legalmente afirma quienes somos, anula, en lo posible, nuestra capacidad de expresión no verbal (y también genera otro “hechizo”, ¿no es sorprendentemente común entre amigos el ritual de mostrarse mutuamente, entre vergüenza y risas, como se ha salido en la cédula?).

Las fotos de Autoestima del brasilero Claudio Meneghetti oscilan sabiamente entre estas dos modalidades: parecen fotos-carnet, pero podrían también ser fotos policiales frontales (con la de perfil obviada), ya que en ambas las personas nos miran (mejor, miran a la cámara) interrogantes; a la vez, el concepto de neutralidad es explotado hasta sus extremas consecuencias. Se trata de quince dípticos, cada uno retrata dos veces un ciudadano de Porto Alegre que vive en situación de calle, con la lógica del “antes” y “después” de los testimonios publicitarios. Meneghetti los inmortaliza primero al entrar en un refugio donde pasarán la noche y al día siguiente, luego de haberse alimentado, usado un tratamiento de higiene y recorrido “conferencias y talleres sobre generación de renta”, los vuelve a fotografiar. En los dos casos, la consigna es la misma, mientras Meneghetti aprieta el botón de la cámara, ellos tienen que pensar “en cómo está siendo su día”. Están hundidos en el gris: gris el fondo, gris la sencilla remera que visten y salvo un par de casos, nadie sonríe, son rostros en su apariencia desnuda, capturados con colores lívidos y con una luz intensa que llega de la derecha. Podría ser una operación feroz: es muy difícil no pensar en las fotos que, desde Lombroso en adelante, han llenado libros “médicos” de fisiognomía ligados a la criminalidad, pero acá su condición social es borrada por la falta de referencias – por la falta de texto, justamente – que no sean ojos, epidermis, arrugas, pelos, dientes, en fin lo que conforma una cara.
 
 
También el riesgo de “normalización”, entre la moraleja (“luego de la ayuda ¿habrán mejorado, al menos físicamente?”) y la lógica imperante del make-over, se disuelve, porque es imposible determinar a ciencia cierta qué foto fue sacada antes y cuál después (a desafiar la lógica de lectura occidental, de izquierda a derecha, hay casos en que los nimios elementos de más prolijidad se hallan a la izquierda, lo cual por otro lado podría no ser así, y de todas maneras no sellaría nada, manteniendo la confusión): los rostros se duplican, en ocasiones de forma sorprendentemente idéntica, en otros con cambios casi imperceptibles (encontrarlos se vuelve una forma de diversión: pero el “halla las diferencias” se torna también un ejercicio sobre el tiempo). En efecto, Meneghetti subvierte la operación de Warhol y muestra no los “más deseados” (infractores que lo han logrado y están al borde del heroísmo), sino los menos deseados, porque como recuerda el texto que acompaña la muestra “estas personas ocupan la posición de «llaga de la sociedad». Aun a distancia, son vistos con sentimientos de culpa o de intolerancia.” Este espécimen de cartografía facial de la miseria (entendida como marginalización) y del anonimato (para nosotros espectadores son caras sin nombres) funciona como el negativo fantasmal de las fotos policiales de los ricos y famosos (metáfora de la excentricidad integrada): huecos abismales, para llenar con conjeturas, de la autoestima se cae en la obligación a estimar, reevaluar. Y recuerda que es facilísimo y vertiginoso perderse en un rostro que nos mira intensamente, fijo, sin posibilidad de mudar y sin connotarse, como por otro lado ya habían entendido perfectamente, hace siglos, pintores como Antonello da Messina o Hans Holbein.

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Esta nota fue publicada en La Diaria el 29 de mayo de 2013. 
 
La muestra "Autoestima" de Claudio Meneghetti puede visitarse en la CdF Sala hasta el 03/07/2013.