Este fin de semana, en una galería porteña, se inauguró una exposición que recrea el mundo mágico que rodea a la figura de la cantante de música tropical fallecida hace casi 17 años, convertida en una santa popular para todos sus fan, ya devenidos en incondicionales devotos. El trabajo realizado por Sub, cooperativa de fotógrafos a lo largo de tres años expresa de forma poética lo más sagrado de esta pagana religión.
Una de las fotos muestra de espaldas a Dora, una de sus fan, que en el cementerio de la chacarita, extrapolada, se convierte en doncella: lleva una capa de un color azul-violeta, con una corona de flores sobre su pelo, como solía llevar Gilda inspirada en la película de Mel Gibson Corazón Valiente. Abundan en la sala las remeras al cuerpo con su rostro estampado, que sus seguidores combinan con jeans y zapatillas de lona. También hay plataformas y botas con minifaldas, a pesar del frío, como usaba Miriam Bianchi –su verdadero nombre–. De fondo se pueden oir las canciones más populares de su discografía interpretadas por la cantante de música tropical Silvia Coimbra –conocida como La emperatriz–, que para muchos es la auténtica continuadora de la devenida en santa. Su parecido físico asombra. Una de las imágenes la muestra sentada en un sillón azul, rodeada de gatos. Otra, regresando de un concierto el día del aniversario de la muerte de Gilda. Gastón, presindente del Club de fans No me Arrepiento de este amor, presenta la imagen donde se lo ve con el nombre de la cantante rapado en su nuca, junto a un ramo de flores color rosa.
Así se vivía, entre risas y lágrimas, la inauguración de la muestra de Sub, fotografiada por una de sus integrantes Gisela Volá, que llenó de ritmo y calor la Sala Fuego de la galería porteña Arte por Arte (Lavalleja 1062), el sábado al mediodía. Porque la historia Gilda, La milagrosa, trasmite el sentimiento incondicional de los fans, que construyeron a lo largo de los años una religión pagana donde hay lugar para la fe, así como también para la cumbia, la sensualidad, y el amor.
Cuando perdió su vida el 7 de setiembre de 1996, la cantante que conquistó –con su voz suave y su largo pelo oscuro– los escenarios de la movida tropical, tenía tan solo 35 años y estaba en el mejor momento de su carrera profesional. Pasó a la inmortalidad tras el accidente en el kilómetro 129 de la ruta nacional 12, camino a Chajarí, Entre Ríos, donde trágicamente murieron su hija y su madre, y perdieron la vida tres músicos. En ese mismo lugar, miles de fieles levantaron un santuario donde la recuerdan con su imagen. En principio, un monolito blanco señalaba el lugar exacto del accidente, y un camino de lajas llevaba hacia el altar de “el ángel de la cumbia”, como algunos la llaman. Luego, fue construída una pequeña capilla de ladrillos y techos de chapas que sirvió como refugio, y se llenó de ofrendas. Así continúa hasta hoy, al igual que su tumba en el Cementerio de la Chacarita.
Sus seguidores dejan mensajes, fotos, velas y objetos a modo agradecimiento por las promesas cumplidas. Cuentan haber sido curados de enfermedades o haber sido bendecidos por la magia de esta figura. Piden protección, trabajo, salud, paz y armonía; piden los que se sienten solos; los que necesitan amor, o confianza. “Ya en vida le pasaban cosas milagrosas a Gilda. Por eso, cuando murió, todos esos casos salieron a la luz, y la convirtieron en santa. Hoy le pedimos algo, y ella, desde arriba, nos lo concede”, cuenta Gastón. A su vez, los fans lograron cumplir, al menos por ahora, uno se los sueños que la cantante pidió antes de morir, tal vez, premonitoriamente: “No me olvides”.
Las típicas minifaldas con botas altas de cuero, los caballos que remiten a la fantasía, las capas y las coronas florales –como en un cuento de hadas–, característicos de la iconografía que Gilda usó en su último disco, abundan no sólo en las fotos, están en todo el ambiente de la muestra fotográfica que se podrá ver hasta el 22 de agosto, y que, además, incluye un video documental. Flores de plástico de todos los colores, panfletos del Club de fans, rosarios, muñecos y mensajes edifican el santuario montado en la exposición –con curaduría de Victoria Verlichak–, que logra recrear un clima místico, como en el que se siente en la llamada “Ruta de la muerte”, donde los fieles dejan sus plegarias.
Una leyenda gira alrededor del disco Entre el cielo y la tierra, editado en 1997, luego de su muerte, con las canciones que se encontraron en un cassette que se halló en la banquina de la ruta tras el accidente, donde Gilda había dejado grabados a capela los cambios en forma casera. En él, mencionaba un mensaje: “No es mi despedida”. “Fue como si le hubiera podido poner un título a su partida”, dicen sus fans, “un milagro”. Su disco, rápidamente, se convirtió en un éxito.
“Las prácticas de los fans que sacralizan a Gilda pasan también por hacerla presente en sus hogares; por ayudar a la gente; por mantener viva su memoria, aún cuando la definición de esa memoria escape por completo de su control pues, sin los clubes de fans, ellos mismos admiten, Gilda se muere, esta vez, definitivamente”, explica Eloísa Martín, licenciada en Sociología, doctora en Antropología Social e Investigadora de Conicet, en su trabajo: Gilda, el ángel de la cumbia. Prácticas de sacralización de ua cantante argentina.
Quiénes se acerquen a la exposición –de martes a viernes de 13.30 a 20 y los sábados de 11.30 a 15–, encontrarán, sin duda, en el trabajo de Volá y el colectivo Sub, una oportunidad para reencontrarse con algo de ese típico folklore latinoamericano, lleno de creencias populares, saberes y leyendas, plagado de mitos que canonizan a figuras muy particulares, y se mezclan con rituales y costumbres ancestrales. Porque Gilda es una de esa mujeres con historias trágicas, como La Difunta Correa o La Telesita. Y “El Gauchito Gil es, quizás, uno de los santos paganos más importantes, con más de cien años de vigencia, en los últimos tiempos, además, con lugares de culto en casi todo el país, desde Salta a Ushuaia”, explican las antropólogas María de Hoyos y Laura Migale, autoras del libro Almas milagrosas, santos populares y otras devociones.
Porque como puede leerse en un cartel del santuario de Gilda, al lado de la ruta, la frase de Oscar Wilde dice: “Las grandes obras las sueñan los santos locos, las realizan los luchadores natos, las disfrutan los sagrados cuerdos y las critican los inútiles crónicos”.
Esta nota fue publicada el 6 de agosto en la Revista Underground.