Notas Críticas

Las raspaduras del tiempo

Autor: Guillermo Baltar Prendez

Frente a lo clásico, dos obras fundamentales de la bibliografía fotográfica, nos pueden acompañar por la autopista visual de estos “Pliegues” de Oscar Bonilla. Ellas son “La cámara lucida” de Barthes y “El acto fotográfico” de Dubois. Ante la propuesta conceptual y la técnica empleada, dos obras más recientes como “La Cámara de Pandora” de Fontcuberta o “Después de la Fotografía” de Fred Ritchin, pueden encausar al viajero frente a la enunciación que las heridas temporales desovan a través de la imagen.
 

Esas raspaduras devenidas desde clásicos álbumes de fotografía, denotan las ausencias en sus rasgos presenciales. Los referentes a los que aludía Barthes, a través de la representación ficticia de la imagen. Entonces evocación y memoria, pero también espacios a cubrir ante la compaginación posible de instaurar íntimos corredores de ficción. Páginas en blanco o marcos sujetos a su mera condición de soportes. Tanto de hechos acontecidos, o en su recreación de una posible insinuación, deseo o representación imaginaria.

 
Los pliegues son tanto esos papeles de seda envejecidos, rasgados o marcados por el uso, los que intervienen como piel o membrana protectora de las fotografías, adosados entre las páginas de los álbumes. Pero también los espacios vacíos, donde la ausencia de imágenes parece plegarse a la destilería emotiva. En ese viaje de ida y vuelta, desde lo que fue, ha sido, podría ser (o podría haber estado), Bonilla dinamita la condición temporal del pasado, disparando hacia el futuro la posibilidad de la interrogación y de la evocación. 

Entre esas “veladuras” orquestadas por el autor, surge un decollague predispuesto por el desglose de las propias hojas ocres y semitransparentes, que se interponían entre las imágenes y las páginas sucesivas de esos álbumes de recuerdos. Tan protagonistas unas como otras, en su permeabilidad cognitiva de ascender -y trascender- hacia la posibilidad del misterio. Estos retratos en su difuminación presencial, parecen indagar desde su metamorfosis espectral. Desde allí irradian su poética y su misteriosa belleza. ¿Son acaso rehenes de su encapsulamiento o crisálidas a punto de emerger, en tanto el ojo inquisidor vuelve a posarse una y otra vez sobre ellas?

 
Los pliegues de Bonilla vuelven a situarnos frente al conflicto de la imagen fotográfica. Más allá de los estereotipos de la remodelación o usurpación tecnológica. Más allá de la perspectiva evolutiva de la contemplación y de la conciencia -e inconciencia- del mirar, el observar, el captar y el generar. Hay una traslación del hecho en sí mismo (del acto fotográfico), hacia la insinuación del pensamiento. Hay por tanto una construcción que en su método, nos redime y libera de toda observación predispuesta. Bonilla logra lo que pocos hoy acertamos a redefinir. Lo hace a través de esa selección de pliegues, donde son los papeles quienes dialogan. Primero la membrana sedosa, luego el soporte original de la imagen resguardada, y el soporte final donde el autor las trasladó y depositó. Todas adosadas por el diapasón digital. La carne queda fuera. La carne es ahora el ojo que las percibe y asimila, la que las irradia a través de los transmisores neuronales. La chispa eléctrica que las enciende, así como fue la luz quien las perpetuó sobre una película, o fueron captadas a través de un sensor. Toda una metáfora de la existencia, y de la visión. Una de las más lúdicas -y lúcidas- exposiciones de la fotografía nacional. 
Pliegues.                                                                                                          
Fotografías de Oscar Bonilla.
Curaduría: Carlos Capelán.
Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV).
Tomás Giribaldi 2283 esq. Julio Herrera y Reissig.
Julio - Agosto.

*Esta nota forma parte del Dossier Crítico / Fotografía de la Revista Dossier, elaborado por Guillermo Baltar en el transcurso de 2014, sobre diferentes muestras de fotografía que tuvieron lugar en Montevideo.